martes, 16 de agosto de 2016

Matusalén


Edgar Núñez Jiménez


Para Amaury David Sánchez Burelo

Porque dentro de siete días,
haré llover sobre la tierra…
Génesis 7:4

Acuérdate, Matusalén, que buscamos por mucho tiempo el lugar donde moraba la lluvia. Pero en los últimos días estabas un poco más cansado que de costumbre y tu humor se tornaba cada vez más insoportable. A pesar de tu carácter, reseco y árido, menos amoroso y delicado, tus ojos nunca perdieron esa bondad que resplandecía cada vez que parpadeabas.
Recuerdo el color de tus ojos; eran ellos los que presidían tu cuerpo. Aunque el color era de tierra levantada, una humedad jugueteaba dentro de ellos, impelida quizá por la nostalgia de la vida. No pudieron resecarse a pesar de los vientos que venían del norte, la miseria apenas pasaba suavizándolos con aparente timidez. Tu rostro, en cambio, se fue desmadejando con las horas, al igual que tu cuerpo; se resecó como los surcos arados después de la sequía y aprendí a leer en él lo que la tierra decía con sus grietas.
No sé por qué terminé creyéndote, quizá porque ante tu insistencia se sumaron los discursos que le dictabas a la noche, antes de dormirte. Escuchaba tus lamentos durante el día, cuando tumbado sobre la roca, espiabas arriba buscando las nubes. Creo que entre sueño y sueño tu idea se me fue metiendo y no tardó en germinar como una semilla; empecé así, sin saberlo, a quererte a la vez que tenía la misma urgencia por vagar como extranjeros lejos del arca.
Precisamente por eso me olvidé de derrumbar árboles como los otros pero tampoco decidí abandonarme a la pereza. Diariamente te acompañaba en tu búsqueda, cargando agua y alimento y sirviéndote de esclavo. Con el tiempo perdí la credibilidad de la gente y dejé de ser bien visto, entre los demás. Acuérdate que en los pueblos nos veían como forasteros y nos insultaban; sabían que eras de la estirpe que había sustituido al hombre cuya sangre clamaba sobre la tierra. Nos echaban brutalmente de los pueblos, no querían escuchar tus plegarias sobre la lluvia ni comprendían esa urgente necesidad por mirar la caída del agua. Nunca nos quisieron, Matusalén, y cuando volvíamos al campamento me daba pena mirar a los otros, cuyas manos hinchadas y salpicadas de llagas demostraban lo pesado de las faenas.
A ti nunca te importó eso. Preferías sentarte encima de una roca, entre las astillas, revisando el firmamento cargado de estrellas. Así se te iba el tiempo, durante la noche, hasta que en tus ojos parecía ahogarse la luz del cielo; yo advertía cómo temblaban tus pupilas dilatadas, cómo a través de ese mirar cansado y quieto se te iban yendo las palabras, las oraciones silenciosas. No podía soportarlo, todos dormían soñando esa jornada interminable de árboles caídos, entonces salía a caminar por los alrededores con la vista al suelo. Y a pesar del cansancio, caminaba sin rumbo hasta que regresaba con los sueños en los párpados.
Antes de que el sueño me atravesara como un cuchillo, me ponía a llorar por largos minutos, en silencio, hasta que el cansancio de mis lágrimas se iba sumando con el cansancio de mis pasos. Nunca te lo dije Matusalén, porque hubieses sido aún más miserable; tus noches se habrían tornado intranquilas, con retazos de pesadilla, intentando comprender el hecho misterioso de llorar. Por más que veía tus ojos, cuando la tristeza te embargaba, sólo veía en ellos cómo jugueteaba la nostalgia húmeda queriendo salir en una lágrima. No podías llorar, Matusalén, eso lo comprendí con el tiempo; desde entonces salía a llorar por mí y por ti, pensando en mis caminatas nocturnas que hubiese sido un alivio siquiera para ti saber cómo se llueve desde nuestros ojos.
En los últimos días tus fuerzas decrecieron considerablemente; te vi destruido, sin esperanzas, con los ojos cerrados al cielo. Logré decirte que nos faltaba ir un poco al sur, pero moviste la cabeza negativamente, querías ir al oriente. Desde un principio insististe pero me rehusé a pisar esa tierra de extranjeros. Al tercer día seguías todavía encima de la piedra. Ya por entonces las astillas estaban pisoteadas y sucias, los animales venían a tropel desde todas partes. Sólo proferías maldiciones a tus hijos, quienes se ocupaban en todo menos en tu deseo. Ni siquiera tu nieto te sirvió de consuelo, a pesar del nombre que ostentaba.
Faltaba poco para que la embarcación estuviera calafeteada por dentro, cuando insistí en llevarte hacia donde sale el sol. Entonces tus fuerzas volvieron, vinieron de muy lejos, como si tus novecientos años no te bastaran. Y al ponerte de pie, parecía que la tierra temblaba. Te apoyaste Matusalén, sobre mi hombro, y caminamos rumbo a donde los reflejos se hacían menos densos. Tu nieto me logró gritar que el viaje de vuelta sería imposible y que para entonces encontraríamos las puertas cerradas. No hay consuelo musitaste, meneando la cabeza de un lado a otro. La noche se tejía en esa parte del cielo, con una finísima filigrana de nubes. No paramos, aunque la oscuridad se volvió impenetrable con los pasos; por segunda vez, desde hacía mucho tiempo, volví a ver la esperanza resbalar sobre tu cara. Adentro, tu cuerpo pesado, iba desmoronándose lentamente como un montón de piedras, pero afuera se irradiaba cada vez más con una luz que no venía de ninguna parte.
A la mañana un viento helado nos recibió y el camino estaba más suave que de costumbre. Más adelante, la tierra se volvía más suelta e inestable. Acampamos delante del último árbol de ciprés que esperaba de pie; allí te tumbaste porque te dolían los talones llenos de llagas. No podía sino lamentarme, pero no quería llorar frente a tus pasos. Sólo suspirabas y no parabas de repetir que por fin verías a la lluvia. Por un momento, el silencio de la mañana se llenó del anhelo de un hombre y parecía entonces que llovían pero palabras, como cuando se creó al mundo. Te fue invadiendo el sueño Matusalén, fuiste guardando en la desconocida oscuridad los dos pedazos de tierra que te guardabas en los ojos. Parecías pleno, lleno de una paz infinita que era tan sólo comparable a la de una urgencia desmedida. Ya no pudiste más Matusalén, a la hora los pájaros te espantaron el sueño y vimos un torbellino de plumas dirigirse de donde habíamos salido. Más adelante el camino se volvía pantanoso y un aire helado se venía retorciendo entre las piedras de aquella tierra extranjera. No podemos más, me dijiste y me acariciaste el cabello sintiendo un rumor de lluvia que se fabricaba en todas partes.
Allí sentí que el sueño deshecho se volvía agua en mis entrañas. Te quedé viendo a los ojos, para que te comiera con los míos esa tristeza que no podías sino enterrar entre tus surcos de polvo árido. Ya no, me dijiste. Te agarré entonces de la mano y corrí hacia donde se dirigían las pezuñas de las bestias. Cayeron los primeros relámpagos y vi la tierra azotada por un cinturón de aire. Entonces sentí que tu cuerpo me detenía, tu fortaleza hecha polvo, los dedos de tus pies rotos como astillas de ciprés. Era una masa de piedras fragmentadas que terminaban de deshacerse e iban cayendo con una lentitud dolorosa. Allí quedaste con la cara vuelta al cielo, enterrado tu deseo de lluvia encima de una tierra ya inestable. No pude pensar más que en regar con rocas la flor seca que representaba tu cuerpo. Amontoné piedras de todo tipo, temiendo que los animales pudieran devorar lo que quedaba de ti.

No te lloré Matusalén. Quise llevar la brea que conseguí cerca del pantanal, pero la creí innecesaria. Había pensado untar un poco las paredes de madera para sentirme útil, pero la tiré encima de tus piedras, creyendo hacer de ti un cuerpo incorrupto. Además la brea no serviría en ningún rincón del arca, con su puerta tapiada. Caminé hacia el campamento, olvidando para siempre la tierra de Nod. Corrí hacia el arca, Matusalén, con todas mis fuerzas. Sobrevolaban pájaros encima de mí y a lo lejos, tras las frondas, los mugidos lastimeros presagiaban la tormenta. Corrí, Matusalén, olvidando, recordando tus ojos de tierra levantada mientras mis ojos lloraban por fin, a borbotones. Pensaba en relatar tu historia, en cómo sería el océano cuando se juntara con la tormenta. A qué sabría el agua de la lluvia, si su dulzura podría acabar con la sal del mundo. Pero no era necesario pensar en todo eso. No era necesario. El agua lavaba las lágrimas de mi rostro. Escondí la vista entre mis rodillas, postrado en la tierra húmeda ya. Y la lluvia Matusalén, parecía la palma de la mano de un hombre que subía del mar. Acuérdate, Matusalén, así era, acuérdate. 


miércoles, 10 de agosto de 2016

El estridentismo mexicano

Edgar Núñez Jiménez

La poesía mexicana del siglo XX la inician tres escritores con poéticas particulares distintas; los une el mismo impulso de renovación lingüística que cada quien persigue de acuerdo a sus intereses y búsquedas, la prerrogativa sin embargo es la misma: alejarse paulatinamente del terreno minado que ha dejado el modernismo. Así, Enrique González Martínez, se aleja tímidamente del movimiento al componer un poema que desacraliza al cisne, imagen que el modernismo decimonónico resguardaba con celo; José Juan Tablada, en cambio, se sirve de expresiones extranjeras como la poesía oriental y las vanguardias europeas en tanto que Ramón López Velarde trabaja en una poesía más personal e íntima, arraigado al sentimiento provinciano y a los sentimientos cristianos en contraste al exotismo y cosmopolitismo de la corriente en boga. Estos tres escritores, dice María del Carmen Millán[1], representan el inicio del siglo y preparan, de algún modo, a las generaciones posteriores.
         La vanguardia más radical llega después, en la segunda década del nuevo siglo, liderados por un grupo de jóvenes que deciden lanzar sus preocupaciones estéticas de una manera poco común, a la que los intelectuales de la época no estaban acostumbrados. En las paredes de la ciudad de México, junto a los carteles de corridas de toros y funciones de teatro, fue fijado el primer manifiesto estridentista, en los últimos días de diciembre de 1921. Aunque la aparición del manifiesto provoca desconcierto en el panorama intelectual, Luis Mario Schneider[2] insiste en que no puede hablarse de un movimiento sostenido, es más bien un llamado a los intelectuales para que testimonien la trasformación vertiginosa del mundo. Lo que debe destacarse es que este hecho iniciático da cuenta del nombre de la nueva vanguardia y de su líder principal, Manuel Maples Arce; además arroja destellos de lo que el movimiento explotará más adelante: el carácter informal, la denuncia desenfadada, el lenguaje agresivo y contundente.
         De los catorce puntos que Maples Arce expone en el manifiesto, Schneider sostiene que el punto número siete es el más importante de todo el contenido: allí Maples Arce dice no creer en ninguno de los “ismos” existentes por lo que propone la síntesis de todas las tendencias vanguardistas. Schneider, aclara, que los otros puntos enunciados en el manifiesto no son sino ideas extraídas del futurismo italiano –al dar importancia capital a los avances tecnológicos que la modernidad trae con ella– y del ultraísmo español, movimiento fundando tres años antes. De allí que la crítica considere al estridentismo como una “secuencia bastarda del futurismo de Marinetti”[3] aunque Maples Arce rechace con insistencia semejante idea. Por otro lado, el punto siete defendido por Schneider como el más importante, no es sino una modificación del presupuesto ultraísta donde se sostenía que la vanguardia española intentaba ser una síntesis de todos los ismos en boga.
         Pilar García Sedas es quien sostiene que en 1920[4], El universal ilustrado reproduce un artículo de Antonio M. Cubero titulado “Literatura ultraísta”. El dato no deja de ser relevante, no sólo porque Actual No. 1 se publica un año después del artículo de Cubero, sino porque el periódico dará cobijo, años más tarde, a la joven vanguardia estridentista. Además, señala García Sedas, el ultraísmo utilizará a la ciudad como eje vertebrador de una nueva estética; impronta que el estridentismo sabrá dirigir hacia sus filas particulares. Sin embargo, se pecaría de presuntuoso creer que la ciudad como elemento poético nace de la vanguardia española y no de la tradición europea decimonónica. No sólo la poesía de Baudelaire o de Whitman habían recurrido a la ciudad como elemento poético, sino también los novelistas franceses como Balzac o Zolá y los españoles, iniciados por Pérez Galdós. De allí que, Oscar Lebranc – uno de los primeros defensores de Maples Arce – diga que el estridentismo no deviene del futurismo de Marinetti, sino de la rebeldía del Rimbaud parisino[5]. La importancia, entonces, de Manuel Maples Arce radica en encarnar esa amplia tradición e introducirla en México, para mostrar, en palabras de Schneider, la falta de vitalidad y modernidad a la que había llegado la poesía. La insolencia y lo iconoclasta, sirvieron a Maples Arce, para destruir simbólicamente a los patriarcas de la literatura nacional y con ello trazar una línea que intentaba liquidar el pasado inmediato.
         No es sino hasta 1922, que el estridentismo comienza a conformarse como grupo y a ganar terreno en el panorama nacional. La difusión y recepción del movimiento se polariza en dos grandes grupos que defienden con apasionamiento o detractan al nuevo movimiento. En este ambiente hostilizado por la crítica, aparece el primer libro de poesía de Manuel Maples Arce Andamios interiores, con la que inaugura una temática nueva promoviendo un lenguaje moderno y vanguardista. A finales de la década del veinte, El universal ilustrado publica dos artículos que vienen a ser las primeras recepciones críticas que defienden el  trabajo de Maples Arce: Rafael Heliodoro Valle y Arqueles Vela se muestran comprensivos ante la nueva estética y la extrañeza que representa la obra en el panorama nacional; las otras dos apreciaciones en torno al libro, dice Schneider, son de autores escudados tras el anonimato y entienden los poemas como una literatura banal; otros artículos encuentran en la obra virtudes extraliterarias sin caer en apasionadas apologías.
         El universal ilustrado, se convierte también en ese año, en el órgano de difusión más socorrido por los estridentistas para publicar todo lo que tenga que ver con el movimiento. En sus páginas aparecerán, más adelante, poemas estridentistas y notas imaginarias y humorísticas de los principales integrantes. Bajo la dirección de Carlos Noriega Hope –quien simpatizará enormemente con los integrantes del movimiento– el periódico se verá transformado para dar cabida a los textos estridentistas: “La novela semanal” se crea como un pequeño suplemento y allí se publica el 14 de diciembre de ese año la novela La señorita Etcétera de Arqueles Vela. Con este acontecimiento, la estética estridentista alcanza un peldaño más en la literatura escrita en México y se va apartando de la improvisación temprana para ganar espacios serios en un órgano de difusión de carácter nacional. Para esos años, sugiere Schneider, el estridentismo va inscribiéndose cada vez más en un plano social y político. “Ya no se trata de perseguir el escandalo un tanto gratuito, con la idea de provocar reacciones que inquieten el ambiente artístico, sino de buscar apoyo en el orden social como justificación del quehacer creativo”[6]
         El segundo manifiesto estridentista, Actual No. 2, recibe el año de 1923 distribuido en las paredes de Puebla. Germán List Arzubide se había adherido a las filas estridentistas un año antes, quien  dirigía desde Puebla Ser,  revista de provincia que a pesar de no estar influido por vanguardia alguna daba cobijo a las tendencias de renovación literaria. Este nuevo manifiesto es más breve y resume las ideas más importantes de los puntos expuestos en Actual No. 1: se busca sobre todo la exaltación a las máquinas, al progreso, el testimonio de cómo la modernidad permea la vida de los individuos con los nuevos alcances que la tecnología y la ciencia ofrecen. Busca un arte que sea expresado sin las férreas leyes sintácticas y apela más bien al desorden emotivo y lúdico del pensamiento.
         Lo que hace distinto a este segundo manifiesto del primero, es que en Actual No. 2 se incluyen una colección de poemas de Pedro Echeverría, el primer intelectual que acude al llamado del primer manifiesto. Por otro lado, se exhorta exclusivamente a los jóvenes poblanos en un afán por consolidar el vínculo extendido  por List Arzubide y ganar terreno entre los grupos intelectuales de otros estados. Por su parte, Maples Arce no se contenta ya con destruir los sentimientos patrióticos nacionales sino que ataca a personajes vinculados a la vida cultural y social de Puebla, en particular a un grupo de profesores del Colegio del Estado de nacionalidad española. La proclama, finaliza ya no con un extenso directorio de vanguardia, sino con la firma de los principales integrantes del movimiento donde figuran Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Salvador Gallardo y M.N. Lira. La aparición de este nuevo manifiesto es decisiva: da cuenta del impulso y la fuerza de la nueva vanguardia a la cual hay que defender como única verdad: “Defender el estridentismo es defender nuestra vergüenza intelectual” reza las últimas líneas de Actual No. 2.
         Ese mismo año sale a la luz Irradiador[7] revista dirigida por Maples Arce y Fermín Revueltas de gran importancia para el movimiento estridentista. Se trataba sin duda, de un proyecto a largo plazo: el primer número publicado en el mes de septiembre, indica los costos de una subscripción a la revista de seis números. Sin embargo, el alcance de Irradiador es breve y los dos meses siguientes se publican únicamente dos números y la revista desaparece. Stephan Baciu, advierte que en el primer número de Irradiador se difunde el nacimiento de una nueva revista en Guatemala a cargo de Miguel Ángel Asturias y David Vela. La intención primordial es que la escuela estridentista tenga alcances mayores fuera del país, de allí la insistencia en el segundo número de Irradiador de publicar nuevamente la difusión de la hipotética revista ETC. La aventura estridentista en Centroamérica, se ignoran las razones, no logró concretarse y el último número de noviembre de la revista mexicana suprime el anuncio y en su lugar hace publicidad de otras cuestiones.
         Por el mes de noviembre, cuando Irradiador [8] desaparece, Germán List Arzubide publica Esquina el primer libro de poemas que corre a cargo de “Ediciones del movimiento estridentista”. Aunque la recepción crítica fue escasa para esta obra, Schneider señala que la originalidad de Arzubide radica en que sus poemas tratan a la ciudad no solamente como presencia física, sino desde un aspecto sensorial, ontológico, la incidencia que repercute en la existencia del individuo. Todos los elementos de la urbe “configuran en la ciudad la vida del hombre contemporáneo”[9].
         En 1924, se lleva a cabo la primera exposición del estridentismo en el Café Europa, ubicado en la Col. Roma, lugar frecuentado por los integrantes de la vanguardia quienes eran clientes asiduos. Ese lugar, sugiere Schneider, representaba mucho para los estridentistas ya que allí se habían concebido ideas capitales como la gestación de una editorial y la creación de Irradiador. No es extraño entonces que años después Arqueles Vela inmortalizara dicho lugar en su novela titulada El café de nadie.
         En mayo de ese mismo año, El universal ilustrado publica un artículo de Pablo González Casanova, titulado “Las metáforas de Arqueles Vela”. Schneider sostiene que dicho análisis crítico es diferente a los anteriores, la crítica –como ya se dijo– se encontraba desequilibrada debido a la sobrestimación por los defensores estridentistas y la censura de quienes no compartían las ideas de vanguardia. González Casanova logra entender las novedades estridentistas al señalar que la tradición literaria está en constante renovación; los movimientos al desligarse con la tradición encuentran siempre detractores que censuran sus ideas. “Hasta la publicación de los juicios de González Casanova no existía ningún trabajo con perspectiva valorativa y menos aún procedente de un prestigiado filólogo”[10].
         Maples Arce, antes de publicar Urbe, su tercer libro, decide escribir artículos donde el desparpajo de los manifiestos sea tímidamente visible. Le preocupa más dar a conocer los elementos que configuran su quehacer poético a la vez que justifica también la originalidad de la vanguardia. En “Jazz-XY” Maples Arce explica la musicalidad de la poesía estridentista; Schneider indica que las estructuras de las ciudades y su ritmo de vida, la presencia industrial y los nuevos artefactos que el avance tecnológico descubre, obligan  a que el poeta de cobijo en su estética a esta nueva presencia tonal. En “La sistematización de los movimientos literarios” Maples Arce  parte de que la belleza en la obra de arte responde a momentos históricos y sociales específicos, de allí que ante una nueva realidad los conceptos de arte sean también renovados a las exigencias de las circunstancias. “Parte de la tarea radica en que a una nueva expresión, a un nuevo concepto, tiene que corresponder necesariamente a una nueva técnica de arte. De allí que también las formas con que se manifiesta una literatura condicionen la relatividad de lo bello”[11].
         En 1925, el estridentismo entra en un relativo estancamiento y una leve crisis se resiente en el movimiento. Maples Arce abandona la ciudad de México y se traslada a Xalapa, Veracruz, de donde volverá a manifestarse. Esa transición que el líder del grupo realiza paraliza las actividades proselitistas de la vanguardia. Kenneth C. Monahan[12] explica que a inicios de ese año existía una fuerte expectativa, en los círculos intelectuales, sobre qué pasaría con la vanguardia mexicana. Los primeros meses de ese año, dice Monahan, surgieron varias polémicas en torno a la situación actual de la literatura mexicana: como era de esperarse la estirpe conservadora mantenía que el panorama era estéril. La vanguardia estridentista aún se negaba a morir y el 12 de julio de ese año, en Zacatecas, –impelidos quizá por el silencio que Maples Arce guardaba– un grupo conformado por Salvador Gallardo, Guillermo Rubio, Adolfo Ávila Sánchez y Aldeguldo Martínez, publican el tercer manifiesto estridentista. A decir de Schneider, esta nueva proclama no aporta nada al movimiento es más bien una protesta lanzada inspirada por los textos de Maples Arce y Arqueles Vela, su única importancia radica en haberse expuesto en otro estado del país, dando cuenta de focos activos de estridentistas en México y en hacer ruido en el momento más silencioso de la vanguardia mexicana.
         En el año siguiente, el estridentismo recupera fuerzas desde el estado de Veracruz, Manuel Maples Arce se vuelve Secretario General del gobernador Heriberto Jara y auspiciado por él, la vanguardia estridentista impulsará diversas actividades en la capital del estado. Al resurgimiento del estridentismo, Xalapa pasará a ser no solamente Estridentópolis –una ciudad fundada por la estridencia – sino también el lugar donde vendría a morir la vanguardia. “Desde abril de 1926 hasta mayo de 1927 salió la revista Horizonte, que publicó simultáneamente El movimiento estridentista de List Arzubide, El café de nadie de Vela y Poemas interdictos de Maples”[13]. Ese mismo año se publica en Buenos Aires Índice de la poesía hispanoamericana, con prólogo de Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo; esta antología recoge poemas de Maples Arce y List Arzubide como los representantes de la vanguardia en México. “Esta inclusión indicó la importancia dada a los estridentistas por estos eminentes sudamericanos”[14]
         Para 1926, en Ciudad Victoria Tamaulipas, el III Congreso Nacional de Estudiantes, concibe y publica el 4to y último manifiesto estridentista. Esta nueva proclama no era sino una antología de los textos más sobresalientes del movimiento; es el más extenso de todos los manifiestos anteriores. Ofrece un último agregado donde da cuenta de la posible construcción de una universidad estridentista, un teatro y la publicación de los evangelios fundadores de la vanguardia mexicana. Es curioso que esta última proclama finalice, augurando la decadencia del movimiento, que para el año siguiente el estridentismo habría inventado la eternidad. Germán List Arzubide, publica el último día de 1926, El movimiento estridentista, un libro personal que relata la conformación del movimiento, sus inicios, los alcances y sus tropiezos. “Fotografías, grabados, reproducciones de cuadros, facsímiles de algunos manifiestos, programas de exposiciones y anuncios, hacen que este libro sea único, una especie de Biblia estética del estridentismo…”[15]. La publicación de List, para Schneider es vital e importante, con ella parece empezar a darse por concluida las filas de la vanguardia y las fechas entre el Actual No. 1 y la publicación de El movimiento estridentista parecen embonar perfectamente rematando un ciclo literario[16].
         En 1927, año en que el gobierno de Heriberto Jara es derrocado, Jhon Dos Passos visita México y se encuentra en Xalapa con Manuel Maples Arce. De esta amistad, dice Schneider, surgirá la traducción de Urbe al inglés por el mismo Dos Passos, quien modificará levemente el título: Metrópolis. A pesar de que Schneider no encuentre en Urbe un adelanto técnico ni hallazgos ni sorpresas como en la poética anterior de Maples, esta obra trasciende al ser el primer libro mexicano traducido al inglés y el primero de toda la vanguardia española.
         Luis Leal, citado por Stephan Baciu, afirma que los estridentistas no hicieron grandes obras pero si introdujeron las nuevas tendencias vanguardistas. Carlton Beals, en cambio, sentenció que la América hispánica ha vivido bajo tres influencias literarias: la de España, la de Francia y la de los estridentistas de Xalapa. Estas posturas, afirman, una vez más la polémica entre los grupos literarios que se acercaron o alejaron de la vanguardia mexicana. Lo cierto es que el estridentismo supo sintetizar los postulados de otras vanguardias en boga para poner en órbita a la poesía mexicana de inicios del siglo XX.
         La retirada violenta del estridentismo de Xalapa y la liquidación de su impulso estético renovador, se debió en gran parte por el derrocamiento de Jara; quien durante dos años protegió al grupo estridentista de los ataques de una comitiva de estudiantes y otros grupos reaccionarios que no simpatizaban con el movimiento y con las acciones que Maples ejecutaba en los planos sociales y culturales. Schneider insiste en mucho antes de la caída de Heriberto Jara, los estridentistas se estaban preparando para concluir las filas vanguardistas; pero el hecho inmediato apunta que todo fue provocado por los disturbios políticos de la época.




[1] María del Carmen Millán (2009). Literatura mexicana e hispanoamericana, Editorial Esfinge, México.
[2] Luis Mario Schneider (1985). El estridentismo México 1921-1927, Universidad Nacional Autónoma de México, México
[3] Luis Mario Schneider (1985). El estridentismo México 1921-1927, Universidad Nacional Autónoma de México, México, p. 12.
[4] GARCÍA-Sedas, Pilar (2006). “Madrid ultraísta. Xalapa estridentista. La ciudad múltiple de Humberto de Rivas” en Lars: cultura y ciudadNº. 5, 2006, p 35.
[5] LEBRANC, Oscar (1981).  “¿Qué opina usted del estridentismo?” en La Palabra y el Hombre, octubre-diciembre 1981, no. 40, p. 69.
[6] Luis Mario Schneider, Óp. Cit. p 15.
[7] En el trabajo de investigación El estridentismo, México 1921-1927 Luis Mario Schneider dice que la revista Irradiador es imposible de conseguir y que se encuentra perdida. Jorge Mojarro Romero en su artículo “Arqueles Vela, el estridentismo y las estrategias de la vanguardia” explica que a finales de los ochenta Stephan Baciu halló en la biblioteca de Jean Charlot los dos primeros números. Mientras que Evodio Escalante encontraría los tres números en la biblioteca de un nieto de Salvador Gallardo. En el presente trabajo de investigación se anexarán los tres números de Irradiador en el apéndice para información de nuestros lectores.
[8] Al desaparecer esta revista, dice Schneider, el único órgano de difusión que les queda a los estridentistas es El universal ilustrado, de allí presentarán a poetas extranjeros desconocidos en el ambiente cultural de México.
[9] Luis Mario Schneider, Óp. Cit. p 19.
[10] Luis Mario Schneider, Óp. Cit. p 20.
[11] Luis Mario Schneider, Óp. Cit. p 22.
[12] Kenneth C. Monahan. (1981).  “El apogeo del movimiento estridentista” en La Palabra y el Hombre, octubre-diciembre 1981, no. 40, p. 119.
[13] Ibídem, 120.
[14] Ibídem, 126.
[15] Luis Mario Schneider, Óp. Cit. p 31.
[16] Luis Mario Schneider no dice específicamente la fecha en que se publica el primer manifiesto, sólo se sabe que sucedió “los últimos días de diciembre”. El libro personal de List Arzubide ve la luz el 31 de diciembre de 1926.